El Placer, la Belleza y el Amor. Jiddu Krishnamurti
Para explorar el placer, ese factor tan importante en la vida, tenemos que comprender que es el amor y, en la comprensión de eso, también hemos de descubrir qué es la belleza
Hay, pues, tres cosas involucradas; está el placer, está la belleza, acerca de la cual hablamos y nos emocionamos tanto, y está el amor, esa palabra tan maltratada.
Investigaremos esto paso a paso, más bien diligentemente pero con cierta indeterminación, porque estas tres cosas abarcan un campo muy vasto de la existencia humana.
Y para llegar a cualquier conclusión, para decir “esto es placer”, o no debemos tener placer, o esto es amor, o esto es belleza.
Me parece que se requiere comprender y sentir muy claramente qué es la belleza, qué es el amor y qué es el placer.
Por lo tanto, si somos algo prudentes, debemos evitar cualquier fórmula, cualquier conclusión, cualquier captación definida acerca de esta cuestión tan profunda.
Entrar en contacto con la onda verdad de estas tres cosas no es un asunto del intelecto ni de definiciones verbales, ni tampoco de algún sentimiento vago, místico o parapsicológico.
Para la mayoría de nosotros, el placer y su expresión son muy importantes.
La mayor parte de nuestros valores se basa en eso, en el placer último o en el inmediato; nuestras tendencias hereditarias y psicológicas, así como nuestras reacciones físicas y neurológicas, se basan en el placer.
Si ustedes examinan no sólo los valores y juicios externos de la sociedad, sino que también miran dentro de sí mismos, verán que el placer y su evaluación constituyen la actividad principal de nuestras vidas.
Podemos resistir, podemos sacrificar, lograr o negar, pero al final de ello está siempre este sentido de obtener placer, satisfacción, contentamiento, de sentirnos complacidos obras y gratificados.
La autoexpresión y la autorrealización son formas del placer; y cuando ese placer se ve frustrado, obstruido, hay temor, y de ese temor surge la agresión.
Por favor, observen esto en sí mismos. No están escuchando tan sólo una serie de palabras o ideas: éstas no significan nada. Ustedes pueden leer en un libro una explicación psicológica que no tendrá valor alguno.
Pero si investigamos juntos, paso a paso, verán por sí mismos qué cosa tan extraordinaria surge de ello.
Tengan presente que no estamos negando el placer, no decimos que el placer es malo, como sostienen los diversos grupos religiosos en todo el mundo.
No decimos que deben reprimirlo, negarlo, controlarlo, trasladarlo a un nivel más elevado y toda esa clase de cosas. Sólo estamos examinando.
Y si podemos examinar muy objetiva y profundamente, entonces de ahí surgirá un estado mental distinto, el cual contiene felicidad, pero no placer; la felicidad es algo por completo diferente del placer.
Sabemos qué es el placer:
Contemplar una bella montaña, un árbol hermoso, la luz de una nube que el viento persigue a través del cielo, la belleza del río con su límpida corriente.
Hay muchísimo placer en observar todo esto, o en ver el bello rostro de una mujer, un hombre o un niño. Todos conocemos el placer que nos llega por el tacto, el gusto, la vista, el oído.
Y cuando ese intenso placer es alimentado por el pensamiento, surge la acción contraria, o sea, la agresión, la represalia, la ira, el odio, que nacen del sentimiento de no poder obtener ese placer que perseguimos.
En consecuencia, hay temor, lo cual es otra vez bastante obvio si lo observamos.
Cualquier clase de experiencia la alimenta el pensamiento. Ayer tuvimos una experiencia que nos proporcionó placer, una experiencia sensorial, sexual, visual o lo que fuere.
El pensamiento piensa al respecto, rumia el placer, vuelve sobre él, crea una imagen, una representación mental que lo sustenta, que lo nutre.
El pensamiento sostiene se placer de ayer, le da continuidad hoy y mañana. Observen esto, por favor.
Y cuando algo inhibe el placer sostenido por el pensamiento, ya sea la limitación impuesta por las circunstancias o por diversos tipos de obstáculo, entonces el pensamiento se revela.
Convierte su energía en agresión, en odio, en violencia, lo cual es también otra forma de placer.
Casi todos buscamos placer por medio de la autoexpresión. Queremos expresarnos, ya sea en pequeñas o en grandes cosas.
El artista pintor quiere expresarse en el lienzo, el autor en los libros, el músico utilizando un instrumento, etcétera.
Esta autoexpresión de la cual uno deriva una enorme dosis de placer, ¿es belleza? Cuando un artista se expresa, obtiene placer y una intensa satisfacción.
¿Es belleza eso? ¿O, debido a que no puede comunicar completamente en el lienzo o mediante palabras lo que siente, hay descontento, el cual es otra forma de placer?
Entonces, ¿es placer la belleza? Cuando hay autoexpresión en cualquiera de sus formas, ¿comunica ésta la belleza? El placer, ¿es amor?
El amor ha llegado a ser actualmente casi un sinónimo de sexo y de su expresión con todo lo que ésta contiene: el olvido de sí mismo, etcétera. Cuando el pensamiento obtiene de algo un intenso placer,
¿es amor eso? Cuando ello se ve contrariado, se convierte en celos, furia, odio.
El placer acarrea dominación, posesión, dependencia y, por lo tanto, miedo. Uno se pregunta, pues:
¿es placer el amor? ¿Es deseo en todas sus formas sutiles: sexo, compañerismo, ternura, olvido de nosotros mismos? ¿Es amor todo eso? Y si no lo es, entonces, ¿qué es el amor?
Si han observado cómo funciona su propia mente, si se dan cuenta de la actividad misma del cerebro, verán que desde tiempos antiguos, desde el principio mismo, el hombre ha perseguido el placer.
Siendo observado el animal, habrán visto cuan extraordinariamente importante es el placer para él, como busca el placer y lo agresivo que se vuelve cuando se contraría su placer.
Estamos hechos a base de eso; nuestros juicios, nuestros valores, nuestras exigencias sexuales, nuestras relaciones y demás se basan en este principio de placer y en su expresión propia.
Y cuando eso se ve contrariado, cuando se lo controla, se lo tuerce, se lo obstaculiza, hay furia, agresión, lo cual se vuelve otra forma de placer.
¿Qué relación hay entre el placer y el amor? ¿O el placer no tiene relación alguna con el amor?
¿Es el amor algo enteramente distinto? ¿Es algo no fragmentado por la sociedad, por la religión, como amor profano y amor divino? ¿Cómo van a averiguarlo?
Si alguien les revela lo que es y ustedes dicen: sí, correcto, eso no es de ustedes, no es algo que hayan descubierto y sentido profundamente por sí mismos.
¿Qué relación tiene el placer de la autoexpresión con la belleza y el amor? Un científico, un filósofo, un técnico, tiene que conocer la verdad de las cosas.
Para un ser humano interesado en la vida diaria, en ganarse la subsistencia en la familia, etcétera, ¿es la verdad algo estático?
¿O es algo que siempre está en movimiento, que jamás es estacionario, fijo, y uno tiene que descubrirlo a medida que avanza?
La verdad no es un fenómeno intelectual, no es un asunto intelectual ni sentimental. Y nosotros tenemos que descubrir la verdad del placer, la verdad de la belleza y la realidad de lo que es el amor.
Uno ha visto la tortura del amor, la dependencia, el temor que implica, la soledad de no ser amado y la perpetua búsqueda del amor en toda clase de relaciones, sin encontrarlo jamás a nuestra entera satisfacción.
Uno se pregunta, pues, si el amor es satisfacción y, al mismo tiempo, una tortura cercada por los celos, la envidia, el odio, la ira, la dependencia.
Cuando no hay belleza en el corazón acudimos a los museos y a los conciertos. Nos maravillamos ante la belleza de un antiguo templo griego con sus hermosas columnas y sus dimensiones que se destacan contra el cielo azul.
Hablamos incesantemente acerca de la belleza y perdemos por completo el contacto con lo natural, tal como ocurre con el hombre moderno que vive cada vez más en las ciudades.
Se forman asociaciones para ir al campo a mirar los pájaros, los árboles y los ríos, ¡como si formando asociaciones para contemplar los árboles fuéramos a entrar en contacto con la naturaleza y a establecer una relación profunda con esa belleza e inmensidad!
Como hemos perdido contacto con la naturaleza, adquiere una importancia semejante las pinturas, los museos y los conciertos.
Hay una vacuidad, una sensación de vacío interno que siempre está buscando su expresión y su placer, engendrando así el temor de no tenerlo completamente; por lo tanto, hay resistencia, agresión.
Procedemos a llenar ese vacío interno, esa vacuidad, esa sensación de total soledad y aislamiento, que estoy seguro ustedes han experimentado con los libros, el conocimiento, con las relaciones, con toda clase de tetras; pero al final de ello sigue existiendo esa vacuidad imposible de llenar.
Entonces acudimos a Dios, el último recurso. Cuando existe esa vacuidad, esta sensación de vacío profundo, insondable, ¿es posible el amor, la belleza?
Si uno se da cuenta de esta vacuidad y no escapa de ella, ¿qué hay que hacer entonces?
Hemos tratado de llenarla con dioses, con conocimiento, con experiencias, con música, con pinturas, con una extraordinaria formación tecnológica; en eso estamos ocupados de la mañana a la noche.
Cuando uno se da cuenta de que este vacío no puede llenarlo ninguna persona, ve la importancia que ello tiene.
Si lo llena con lo que se llama relación con otra persona, o con una imagen, entonces eso origina dependencia y el temor a la pérdida; luego vienen la posesión agresiva, los celos y todo lo que sigue, de modo que uno se pregunta:
¿puede esa vacuidad llenarse con algo, con la actividad social, con las buenas obras, yéndonos al monasterio a meditar, adiestrándonos para estar alerta, lo cual es un verdadero absurdo? Si no podemos llenarla, ¿qué hemos de hacer entonces?
¿Comprenden la importancia esta pregunta? Hemos tratado de llenarla mediante lo que llamamos placer, mediante la autoexpresión, buscando a Dios.
Buscando la verdad; nos damos cuenta de que nadie puede llenarla jamás, ni la imagen que uno ha creado respecto de sí mismo, ni la imagen o la ideología que uno ha creado del mundo, nada.
Y así es como uno ha utilizado la belleza, el amor y el placer para encubrir esta vacuidad; y si uno ya no escapa más sino que permanece con ella, ¿qué ha de hacer entonces?
¿Qué es esta soledad, esta sensación de profundo vacío interno? ¿Qué es y cómo nace? ¿Existe porque tratamos de llenarla, porque intentamos escapar de ella?
¿Existe porque la tenemos? ¿Es tan sólo una idea de vacuidad y, por lo tanto, la mente jamás está en contacto con lo que ello es realmente, jamás se relaciona con ello de manera directa?
Descubro esta vacuidad en mí mismo y dejo de escapar, porque esa es, obviamente, una actividad inmadura. Me doy cuenta de eso: está ahí y nada puede llenarla.
Entonces me pregunto: ¿cómo ha nacido esta vacuidad? ¿Es un producto de todo mi vivir, de todas mis actividades y suposiciones diarias, etcétera? ¿Es que el sí mismo, el yo, el ego, o cualquiera que sea el nombre que le demos, se aísla en toda su actividad?
Su naturaleza misma es el aislamiento; el yo es de sí separativo. Todas estas actividades han producido en mí este estado de aislamiento, de profunda vacuidad interna; por lo tanto, ésta no es un resultado, una consecuencia, no es algo inherente.
Veo que, mientras mi actividad siga siendo egocéntrica y auto expresiva, tiene que existir este vacío; y veo que, para llenar este vacío, hago toda clase de esfuerzos, lo cual es, de nuevo, egocéntrico. Y así la vacuidad se vuelve cada vez más amplia y profunda.
¿Es posible ir más allá de este estado?
No escapando de él, no diciendo: no seré egocéntrico. Cuando uno dice: no seré egocéntrico, ya es egocéntrico. Cuando uno ejercita la voluntad para negar las actividades del yo, esa voluntad misma es el factor de aislamiento.
La mente ha sido condicionada durante siglos y siglos en su exigencia de seguridad y protección; ha creado, tanto fisiológica como psicológicamente, esta actividad egocéntrica; y esta actividad impregna la vida cotidiana: mi familia, mi trabajo, mis posesiones, lo cual produce esta vacuidad interna, este aislamiento.
¿Cómo puede terminar esta actividad? ¿Puede terminar alguna vez? ¿O uno debe ignorarla por completo y dar origen en la mente a una actividad del todo distinta?
Veo, pues, este vacío, veo cómo ha surgido, me doy cuenta de que la voluntad o cualquier otra acción ejercida para disolver al creador de esta vacuidad interna, es tan sólo otra forma de actividad egocéntrica.
Veo eso de manera muy clara, muy objetiva y, de pronto, comprendo que no puedo hacer nada al respecto. Antes hacía algo: escapaba, trataba de llenar esa vacuidad, trataba de entenderla, de experimentarla, pero veo que son todas diferentes formas de aislamiento.
La mente misma se da cuenta de que no puede hacer nada al respecto, de que el pensamiento no puede tocar eso, porque en el instante en que el pensamiento interviene, engendra otra vez la vacuidad.
Por lo tanto, observando cuidadosamente, objetivamente, veo todo este proceso, y el propio ver es suficiente. Mire lo que ha sucedido.
Antes empleaba la energía para llenar esta vacuidad, andaba de aquí para allá, y ahora veo el absurdo que ello implica; la mente con mucha claridad ve cuan absurdo es eso.
Por consiguiente, ahora no estoy disipando energía. El pensamiento se aquieta, la mente queda totalmente en calma; ha visto el mapa completo de esto y, por lo tanto, hay silencio.
En este silencio no existe la soledad. Cuando adviene ese silencio, ese completo silencio de la mente, hay belleza y amor, que puede o no expresarse.
¿Hemos hecho el viaje juntos?
Aquello de que estamos hablando es una de las cosas más difíciles y peligrosas que hay, porque si ustedes son algo neuróticos, como la mayoría lo es, entonces esto se vuelve complicado y desagradable.
Es un problema tremendamente complejo; pero cuando lo consideramos se vuelve muy, muy simple, y su misma simplicidad nos lleva a pensar que lo hemos captado.
Así, pues, existe la felicidad, la cual está más allá del placer; existe la belleza, que no es la expresión de una mente ingeniosa, sino la belleza que se nos manifiesta cuando la mente se halla en completo silencio.
Está lloviendo y se puede escuchar el chapoteo de las gotas. Uno puede escucharlo con sus oídos, o puede escucharlo desde este profundo silencio.
Si lo escucha con la mente en completo silencio, entonces la belleza de ese sonido es tal que no puede expresarse con palabras o sobre un lienzo, porque esta belleza es algo que está más allá de la autoexpresión. El amor es, obviamente, bienaventuranza, la cual no es placer.
Jiddu Krishnamurti
Platicas y Diálogos en Saanen
18 de julio de 1968